8
— ¿He oído bien, jovencita? ¿Acabas de decir que las
matemáticas no sirven para nada? —preguntó entonces el hombre con expresión
preocupada.
—Pues sí, eso he dicho. ¿Y tú quién eres? No serás uno
de esos individuos que molestan a las niñas en los parques...
—Depende de lo que se entienda por molestar. Si las
matemáticas te disgustan tanto como parecen indicar tus absurdas quejas, tal
vez te moleste la presencia de un matemático,
— ¿Eres un matemático? Más bien pareces uno de esos
poetas que van por ahí deshojando margaritas.
—Es
que también soy poeta.
—A
ver, recítame un poema.
—Luego, tal vez. Cuando uno se encuentra con una niña
testaruda que dice que las matemáticas no sirven para nada, lo primero que
tiene que hacer es sacarla de su error.
— ¡Yo no soy una niña testaruda! —protestó Alicia—. ¡Y
no voy a dejar que me hables de mates!
—Es una actitud absurda, teniendo en cuenta lo mucho
que te interesan los números.
— ¿A mí?
¡Qué risa! No me interesan ni un poquito así—replicó ella juntando las yemas
del índice y el pulgar hasta casi tocarse—. No sé nada de mates, ni ganas.
9
—Te equivocas. Sabes más de lo que
crees. Por ejemplo, ¿cuántos años tienes?
—Once.
— ¿Y
cuántos tenías el año pasado?
—Vaya pregunta más tonta: diez, evidentemente.
— ¿Lo ves? Sabes contar, y ése es el origen y la base
de todas las matemáticas. Acabas de decir que no sirven para nada; pero ¿te has
parado alguna vez a pensar cómo sería el mundo si no tuviéramos los números, si
no pudiéramos contar?
—Sería
más divertido, seguramente.
—Por ejemplo, tú no sabrías que tienes once años.
Nadie lo sabría y, por lo tanto, en vez de estar tan tranquila ganduleando en
el parque, a lo mejor te mandarían a trabajar como a una persona mayor.
—¡Yo no estoy ganduleando, estoy estudiando
matemáticas!
—Ah, estupendo. Es bueno que las niñas de once años
estudien matemáticas. Por cierto, ¿sabes cómo se escribe el número once?
—Pues claro; así —contestó Alicia, y escribió 11 en su
cuaderno.
—Muy bien. ¿Y por qué esos dos unos juntos representan
el número once?
—Pues
porque sí. Siempre ha sido así.
—Nada de
eso. Para los antiguos romanos, por ejemplo, dos unos juntos no representaban
el
10
número once, sino el dos —replicó el hombre, y,
tomando el bolígrafo de Alicia, escribió un gran II en el cuaderno.
—Es verdad —tuvo que admitir ella—. En casa de mi
abuela hay un reloj del tiempo de los romanos y tiene un dos como ése.
—Y, bien mirado, parece lo más lógico, ¿no crees?
— ¿Por
qué?
—Si pones una manzana al lado de otra manzana, tienes
dos manzanas, ¿no es cierto?
—Claro.
—Y si pones un uno al lado de otro uno, tienes dos
unos, y dos veces uno es dos.
—Pues es verdad, nunca me había fijado en eso. ¿Por
qué 11 significa once y no dos?
— ¿Me estás haciendo una pregunta de matemáticas?
—Bueno,
supongo que sí.
—Pues hace un momento has dicho que no querías que te
hablara de matemáticas. Eres bastante caprichosa. Cambias constantemente de
opinión.
— ¡Sólo he cambiado de opinión una vez! —protestó
Alicia—. Además, no quiero que me hables de matemáticas, sólo que me expliques
lo del once.
—No puedo
explicarte sólo lo del once, porque en matemáticas todas las cosas están
11
relacionadas
entre sí, se desprenden unas de otras de forma lógica. Para explicarte por qué
el número once se escribe como se escribe, tendría que contarte la historia de
los números desde el principio.
— ¿Es
muy larga?
—Me
temo que sí.
—No me gustan las historias muy largas; cuando llegas
al final, ya te has olvidado del principio.
—Bueno, en
vez de la historia de los números propiamente dicha, puedo contarte un cuento,
que viene a ser lo mismo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario